Aquellos tiempos del futuro
Capítulo 10
Áine, la Peregrina de Santiago
Horas antes de que disparasen al Inspector Jaime Varela.
Tras recorrer la distancia entre la salida oculta de
los túneles y el Destemplado, Áine observaba a todo el mundo dentro del local
con sus fríos ojos del color del hielo. Su paso era lo suficientemente rápido y
seguro para no perder tiempo, con su pelo negro ondeando, pero no en exceso
como para llamar la atención. Y aún así la llamaba. Ella hubiera preferido el
manto peregrino, se sentiría más protegida de las miradas babosas y repugnantes
de los colgados y borrachos del bar. Al vestir unos shorts última tendencia negros con los rebordes en neón rojo, sus
esculpidas piernas atraían más miradas de las que ella soportaba. Pero era el
maldito top negro con un diseño de alas de ángel de neón rojas en la espalda lo
que le daban ganas de despellejar vivos a toda esa panda de mamarrachos. Si sus
piernas atraían miradas, su ombligo y sus pechos, no demasiado voluminosos pero
firmes, conseguían que algunos dejaran de mirar para acercársele. Y a esos los
mataba bien muertos. Con tan sólo una mirada de hielo era capaz de acobardar al
más valiente, ya no digamos a ésta panda de perdedores. La fuerza conseguida
con el sufrimiento, el entrenamiento, la pérdida y ese color de ojos tan frío
que se clavaba más profundo que un puñal, y nadie quería arriesgarse a que
llevara uno de verdad encima. Total, el local estaba lleno de putas ansiosas
por ganar dinero. El borracho se conforma al final con poco, y siempre prefiere
lo fácil.
-Os sacaría a todos los ojos y luego os cortaría la
po…
Pero tuvo que cortar su susurro cuándo tropezó de
pleno con la enorme cocinera del local. No hicieron falta palabras. Áine le dio
una tarjeta con las palabras “System of a
Down” escritas. Antes de que la cocinera pudiera decir nada, la Peregrina
le soltó:
-“System of a Down”,
“Toxicity” y “Steal this Album”. “Mezmerize” e
“Hypnotize”
ya los conseguiré, pero no hay nada cómo los tres primeros álbumes de S.O.D.
-Graciñas de novo, miña bela (Gracias de nuevo, bonita
mía).
-De
“graciñas” nada, tú sigue dándonos cobertura que para algo te conseguimos éstas
cosas. Ya en lo que lo gastes… - le guiñó un ojo a la oronda cocinera – es
asunto tuyo.
Tras apartar de un empujón a un par de idiotas que
habían empezado a perder el miedo haciéndolos tropezar con unas sillas y caer
(para risa de los presentes), siguió su camino escaleras arriba mientras
tarareaba la canción “Toxicity” del
álbum con el mismo nombre. Lo último que escuchó la cocinera fue algo como: “The toxicity of our city, of our city…”
Una vez arriba se dirigió sin dilación a una puerta
que conocía de sobra, pues pese a ser su primera misión como peregrina de
facto, ya había traído a la cocinera tarjetas y tarjetas de datos. Y ya no
digamos de la de veces que había entrado en la habitación número trece, en sus
encargos como aprendiz y principiante. Tras golpear la puerta con un ritmo
concreto y susurrar “Iacobum Peregrinatio”, ésta se abrió suavemente y otra voz
femenina y sensual la invitó a entrar “La Santa Compaña te protege. Mi puerta
siempre está abierta para ti”. Nada más cruzar el umbral se encontró de frente
con Asha. Para ella Asha era una leyenda, la primera en escapar de las bandas.
Durante los pocos años que coincidieron en el submundo fue lo más parecido a
una amiga que tuvo hasta entrar en los Peregrinos. Dos almas perdidas, luchando
como tantas otras por sobrevivir al día a día bajo el mando férreo de los
Señores de la Zona Muerta, los jefazos de las bandas. También Asha había sido
la última en escapar que se supiera, pues a Áine la habían sacado y no era lo
mismo.
Nada más verse se abrazaron fuertemente, Asha le coló
la tarjeta de datos en un bolsillo del short. Se separaron un par de segundos
mirándose a los ojos, se dieron un pequeño beso en los labios y, cómo siempre,
Áine fue la primera en hablar:
-Te
prefiero así Asha, al natural, sin tus coqueterías del chip. Me alegra que me
recibas así y no de ricachona anoréxica y rubia o de hombretón grasiento y sudado. Cualquier día te me apareces como la
cocinera, con su mandil y todo.
Las dos se echaron a reír a carcajadas. Y se
entretuvieron unos buenos veinte minutos contándose cosas que podían contarse,
poniéndose al día de lo que podían y riéndose mucho. Áine siempre había
encontrado atractiva a Asha, muy atractiva de hecho, pero nunca se había
atrevido, pese a toda su templanza y arrojo, a pasar del tonteo, coqueteo y un
par de besos cada vez que se veían y se despedían casi más de amistad pese a
ser en los labios, a expresarle sus sentimientos.
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Tras despedirse de Asha y salir del destemplado
contactó a través del ordenador de muñeca con los Trasnos, quienes a su vez la
pusieron en espera hasta que sonó otra voz. Un escalofrío le recorrió la
espalda y todo su cuerpo se puso en estado de alerta. La voz rasposa y dura
cómo la piedra de Xalo:
-Parece
que de momento vas bien, pero lo difícil viene ahora. Has de evitar todo
contacto corporativo, no sabemos qué compañías pueden estar detrás del chip. O
quién más. Demuéstrame lo que vales, si es que lo vales. No te pares ante nada
ni nadie. Tienes permiso para fuerza letal y un arnés de cuchillos de lanzar
cerca de la Plaza XXIV, en el escondite habitual. Quiero que llegues a la
azotea situada en el piso 25 del edificio Boqueixón 9. Desde allí podrás enviarme
a mí y solamente a mí los datos de la tarjeta, sin que pasen por ningún
intermediario.
Áine asintió con voz amarga. No le gustaban las
órdenes, no era así como se hacían las cosas, había protocolos e
intermediarios. Algo raro pasaba. Pero ella era una Peregrina y debía cumplir
con su deber, más cuando le venía de uno de los Hijos de Breogán.
Tras atravesar en el metro elevado media ciudad, se
dirigió directa al callejón dónde, tras un ladrillo que se retiró tras detectar
las huellas dactilares de la Peregrina, se mostró un arnés con cinco cuchillos
de lanzar. Se colocó el arnés alrededor de las costillas, bajo el top, con los
filos a la espalda. Como los transportes públicos estaban provistos de
detectores de armas y la calle era demasiada exposición, debido a la
importancia de la misión, no arriesgó y subió como pudo hasta una terraza en un
quinto nivel: rebotes de pared en pared, colgándose de cables, aprovechando
huecos y demás técnicas de parkour junto con su fuerza y agilidad físicas la
llevaron hasta allí. Después siguió un largo camino entre terrazas, cableados y
tejados, lleno de acrobacias, jugando al gato y al ratón con la policía, las
cámaras y los matones corporativos, consiguiendo pasar como un fantasma hasta
su destino, dónde una escalera exterior también sensible a sus huellas
dactilares se extendió y le permitió subir a la planta 25 del edificio
Boqueixón 9. “Qué fácil sería todo si
tuviera un deslizador de esos de Tártaro o de quien sea que fabrique los
mejores” pensó mientras entraba por la ventana de seguridad con
reconocimiento ocular, de voz y, cómo no, otra vez más tuvo que poner su mano
contra el panel.
Una vez dentro tuvo una sensación extraña. Le pareció
sentir el roce de ropa contra piedra. Una micro vibración le llamó la atención
hacia su reloj de muñeca y la dejó perpleja. Tenía un mensaje en texto de
urgencia, pero eso no era lo preocupante o extraño, si no el mensaje en sí
mismo: “Cuidado. No estás sola. FUERZA LETAL. NO DUDES.”.
Su cuerpo se puso tenso, pero solo lo justo como para
retener un poco de flexibilidad y no perder toda la velocidad de reacción. En
un segundo estaba saltando de lado, lanzando un cuchillo de su espalda mientras
rodaba por el suelo. Lo que calló muerto era otro Peregrino, con sus ropajes y
todo. La enorme velocidad y el entrenamiento intensivo de Áine le habían hecho
aprender a actuar con memoria muscular, y apartar las dudas le salvó la vida.
En vez de entrar en shock al ver a un compañero muerto por su mano, esquivó el
cuchillo lanzado que surgió por su izquierda, empuñó dos cuchillos, giró como
una peonza alrededor del bastón-lanza de su contrincante en dirección hacia él
y lo apuñaló directamente en el cuello con ambas armas. Las perdió al tener que
saltar otra vez, ésta vez hacia atrás dando un mortal, para esquivar un par de
lanzazos que se clavaron en el suelo justo dónde ella estaba hace apenas un
segundo. Dos enemigos, dos cuchillos. Las posibilidades pintaban muy justas,
pero aún eran probables. Sacó los dos cuchillos que le quedaban de su espalda
mientras sus enemigos sacaban un par de porras electrificadas. Corrió hacia
ellos, acumulando la rabia de los últimos días, transformando la confusión del
ataque de unos supuestos hermanos en ira por una traición. Uno de los
Peregrinos lanzó con tino su porra contra la cabeza de Áine, pero ésta la
bloqueó con el antebrazo derecho, perdiendo el cuchillo y toda sensibilidad
en el brazo. Lanzó el cuchillo que le
quedaba contra el que aún estaba armado, matándolo de golpe haciendo diana en
plena frente. “Mejor dejar al desarmado
ahora que estoy jodida, pero éste no sabe con quién se mete. Vamos a ver si
valgo o no valgo de una vez por todas” pensó mientras se lanzaba rugiendo
como una leona, sus ojos fijos en la presa, el pelo ondeando salvaje y, a una
distancia de tres pasos, saltó en el aire poniéndose en horizontal, girando
sobre sí misma como un tornillo con las piernas por delante, impactando en las
costillas de su contrincante, rompiéndoselas, ocasionándole una punción
pulmonar mortal. Ella calló sobre el brazo malo, lo que resultó bueno porque no
sintió el golpe en el brazo en sí, pero malo porque estaba segura de que se lo
había machacado más.
No esperó a recuperarse ni a deshacerse de los
cuerpos, fue sin perder un instante a la sala de ordenadores y comunicación y
miró qué ficheros contenía la tarjeta. No entendía nada. La información era
sobre explosivos, rollos entre corporaciones, armamento, financiación de
terroristas, modificaciones de chips corporales o algo así. Era todo muy
confuso y tampoco estaba muy completo. Pero quizás alguien sabría darle más
sentido a algunos de los datos. ¿Xalo la
había traicionado? ¿Por eso quería los datos solo para él y por eso la había
dirigido fuera de los canales habituales y transmitidos solo a él sin que los
demás Hijos se enteraran? Tenía sentido. Seguro que el comité de bienvenida era
para acabar con ella, enviarle los datos, deshacerse de todas las pruebas,
incluyendo ella. Así podrían montar un escenario en el que la hubieran abatido
las corporaciones y recuperado la tarjeta, mientras Xalo seguía con su complot.
Entonces vio un nombre entre los datos. El nombre del
contacto dentro de los Peregrinos. La Serpiente en el Jardín. Sin pensarlo dos
veces mandó una copia a Xalo y otra, pero borrando todo rastro de los
Peregrinos de ella, a un inspector llamado Jaime Varela, al que conocía de
oídos y de vista, pese a que él nunca reparara en ella, tanto por el
Destemplado como por la información de que estaba detrás de los terroristas,
además de que la había llegado información de que era una de las pocas personas
dentro de la policía que podría ser de fiar. Otra copia al estilo de la del
inspector la mandó vía una red bajo la red que hay por debajo de la red a
cierto “conocido” con el que había coincidido en algún que otro recado, además
de compartir el enorme odio por las corporaciones. Tan sólo lo conocía por el
sobrenombre del Enmascarado, pero era justo, Áine para él también era tan sólo
la Aprendiz de Peregrina. A los dos últimos además les dio un número y un
código seguro para que pudieran contactar directamente con ella a través del
ordenador de muñeca.
En esto el suyo volvió a vibrar y mostró un nuevo
mensaje: “Gracias Áine, finalmente no me fallaste. La información era lo que me
temía. No vuelvas a la base. Repito: NO VUELVAS. Ten mucho cuidado esto es un
avispero a punto de ser revuelto, ya volveré a contactar contigo. Xalo.”
Capítulo 1 - El Inspector - David Taboada
Capítulo 2 - El Peregrino de Santiago - Emilio Armada
Capítulo 3 - Asha - María Taboada
Capítulo 4 - El Enmascarado - Jóse Luis Modroño.
Capítulo 5 - El Inspector - David Taboada
Capítulo 6 - Áine - Emilio Armada
Capítulo 7 - La tarjeta del peregrino - María Taboada
Capítulo 8 - Andrés Tártaro - José Luis Modroño.
Capítulo 9- El Inspector - David Taboada
Capítulo 11 - Consecuencias - María Taboada
Capítulo 12 - El Ojo Blanco - José Luis Modroño.
Capítulo 13 - El portugués - David Taboada
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