AQUELLOS TIEMPOS DEL FUTURO - CAPÍTULO 8 - ANDRÉS TÁRTARO

Aquellos tiempos del futuro

Capítulo 8

Andrés Tártaro.

Andrés volaba a toda velocidad entre los lujosos edificios de su barrio, una de las zonas ricas de la ciudad. Como cualquier amante de los deportes de riesgo gozaba de la adrenalina de poner al límite su dominio del aerodeslizador, llegando a veces a ponerse en situaciones complicadas en las que la hostia era, cuanto menos, inminente; hasta que hacía algo que le libraba de dicho golpe en el último instante. Pero esta vez era diferente. Dicha adrenalina no le producía diversión sino consuelo. Bajo su sofisticada máscara se ocultaba una expresión de preocupación que no conseguía borrar. Desde que su padre había sido financiado por las grandes compañías para desarrollar su prometedor prototipo de microchip, una inevitable sensación de preocupación se había asentado en un rincón oscuro del alma de Andrés. Hacía apenas 20 minutos que había recibido una extraña llamada de su padre a través de una línea hackeada. La transmisión no era buena pero pudo comprender que su padre estaba en apuros. Tenía que darse prisa en llegar a casa.

Un anuncio le sacó de sus pensamientos. En una de las grandes pantallas que colgaban de los altos rascacielos se publicitaba una actualización de software gratuita para el microchip Tártaro 2.0, creación de su Padre que había sido éxito de venta entre los usuarios más pudientes; llegando incluso a los más pobres a través del mercado negro. Un éxito indudable con un sinfín de aplicaciones. Desde conexión a Internet, teléfono y demás; hasta control de alimentación, dosificación de substancias orgánicas, control de salud o manejo de prótesis avanzadas. Una maravilla de la tecnología aclamada por la mayoría pero cuestionada por aquellos que todavía luchaban contra el afán de control total de las corporaciones sobre la intimidad de las personas.

Andrés, tan listo como gamberro, no pudo evitar lanzar una de sus “GPC” contra la gran pantalla, según pasaba a su lado a toda velocidad. Las GPC, o granadas de pintura configurable, eran bolas del tamaño de un puño que al chocar contra una superficie dejaban sobre ella un graffiti previamente diseñado digitalmente. Mientras se alejaba a toda velocidad, Andrés pudo ver a través del avanzado sistema de visión de su máscara cómo, sobre la pantalla, quedaba escrito “Catch ´em all”; y es que Andrés, como buen friki, era amante de aquellas series de TV viejunas que su padre conservaba como oro en paño.
Microchip Tártaro 2.0 (Blade Runner Cover).
Sin embargo, su innecesaria travesura tuvo consecuencias. Una pareja de la policía apareció rápidamente de una de las esquinas de un edificio colindante, en un vehículo policial volador. Andrés miró su reloj. Habían pasado veinticinco minutos ya desde la llamada de su padre. Le dio leña al aerodeslizador a la vez que decía en voz alta:

• Si un perro te jode, no es por culpa mía.

Los agentes respondieron aumentando la velocidad del vehículo, mucho más potente que el ligero aerodeslizador de Andrés pero, como suele suceder, más vale maña que fuerza. Una bola se soltó de la parte trasera de la montura de Andrés y, justo cuando iba a chocarse con el vehículo de los agentes, estalló formando una gran bola de humo negro muy espeso. Andrés aprovechó la situación para bajar en picado con su montura, mientras los desorientados agentes siguieron en línea recta. Para cuando recuperaron el control, Andrés había desaparecido completamente y ninguno de ellos alcanzaba a encontrarlo con la vista.

Volando casi a ras de suelo, lejos del alcance de la mayoría de cámaras y sistemas de localización, Andrés se cuestionó si la aparición de los agentes tenía que ver con la GPC que acababa de lanzar o con motivos que desconocía. Al cabo de aproximadamente un minuto, ya en su barrio, ascendió verticalmente pegado a la fachada de un rascacielos hasta llegar a su azotea. Se inclinó por la cornisa y observó, mientras se tomaba un respiro, que todo su edificio estaba acordonado y rodeado por patrullas policiales. Algo iba mal. Voló sin ser detectado hasta la fachada de su edificio, caminó hacia una rejilla de ventilación en la que escondió su aerodeslizador y se dispuso a sacarse la máscara para también esconderla. Su rostro era afable pero producía desconcierto ya que su ojo derecho era completamente negro y brillante. Se quitó la ropa hasta quedarse en calzoncillos y la escondió junto a las demás cosas. Sacó una bolsa de su escondrijo, la abrió y cogió su contenido. Una camisa de vestir, un jersey de punto, unos chinos y unos mocasines. El atuendo propio de un muchacho de su estatus y edad.

Ataviado con sus, a su propio juicio, ridículas prendas; abrió la puerta de las escaleras y accedió al interior del edificio. Al entrar escuchó voces y ruidos inusuales que provenían de las plantas más bajas. Se inclinó sobre el pasamanos para observar a través del hueco de las escaleras y vio como la patrulla de agentes que le había perseguido iba llamando de puerta en puerta. Algo inusual en su lujoso bloque de edificios. Comenzó a bajar pisos con cautela hasta que vio como la manita de Roi, el hijo pequeño de los del vigésimo quinto, le saludaba a través de la rendija de la puerta de su casa, la cual mantenía entreabierta.

• Roi, ¿eres tú?

La mano se quedó quieta mientras se producía un silencio de unos cinco segundos. Andrés observo la puerta con expresión de perplejidad hasta que escuchó la voz de Roi diciendo:

• …¿no?

Andrés no pudo evitar sonreír con cariño ante las excentricidades de su joven vecino.

• Abre socio, que soy yo. Andrés.

• ¿Por qué debería creerte?

Andrés se pensó la respuesta con cierto cuidado.

• Porque si pasas de mí ahora, yo pasaré de ti cuando me pidas jugar a mi videoconsola.

La puerta se abrió. Al otro lado apareció ROI, un niño de unos cinco años con las dos piernas robóticas. Llevaba la cabeza afeitada y vestía una camiseta amarilla y unos pantalones cortos por encima de las rodillas. Pese a tener las dos piernas robóticas, Roi calzaba unas deportivas blancas con velcros en vez de cordones. El niño miró fijamente a Andrés, como si fuese un mini soldado, con la mano extendida sobre su frente en saludo militar. Andrés imitó con cierto humor el saludo, a la vez que juntaba los talones de sus pies.

• Buen día, soldado.
• Buen día señor – Contestó el niño.

Andrés bajó su brazo.

• Descanse, soldado.

El niño se relajó y dejó caer sus brazos mientras bufaba, como si le pesasen. Cosas de niños.

• ¿Qué está pasando, Roi? ¿Qué hace aquí la policía?

Roi comenzó a imitar a los agentes cuando abren las puertas de una patada en la cerradura. A cada patada que daba al aire con sus pequeñas piernas ortopédicas decía:

• ¡Registro aleatorio! ¡Registro aleatorio!
• Comprendo…

Andrés sabía que no había nada de aleatorio en dichos registros y que tampoco era casualidad que fuese precisamente en su edificio. De repente volvió a recordar que el tiempo corría en su contra. Debía ir a su casa cuanto antes. Se giró hacia Roi, se agachó a su lado y le puso una mano en el hombro. El niño dejó de dar patadas y le observó atentamente.

• ¿Y tus padres? ¿Estás solo?

Roi bajó la mirada con tristeza.

• Sí, señor.

Sus padres, altos cargos de una gran empresa, pasaban más tiempo fuera de casa que en ella y cuando estaban desatendían al pequeño Roi, totalmente incapaces de descolgarse de sus responsabilidades laborales ni un solo segundo. Por este motivo y pese a la negativa de sus padres, que tenían miedo de ser juzgados por sus vecinos, Andrés y su madre solían cuidar de él a escondidas.

• Ven conmigo, soldado. Vamos a ver a la tía Rita.

El niño asintió con obediencia y disciplina. Le agarró la mano a Andrés y se dejó conducir por él. Ambos bajaron las escaleras silenciosamente para evitar ser detectados. Los agentes aún iban por el décimo piso siendo el de Andrés el vigésimo segundo. Al llegar a la puerta de su casa, mientras sacaba su tarjeta de apertura, Roi se inclinó por el hueco de las escaleras apuntando con sus manos simulando que sostenía un arma. Uno de los agentes le vio y ambos se mantuvieron la mirada unos segundos, hasta que Roi simuló que disparaba y se apartó con rapidez. Andrés pasó la tarjeta por la ranura y se metió en su casa a toda prisa junto con el niño. Tomó aire y suspiró apoyando la frente en la parte interior de la puerta, la cual acababa de cerrar con varios pestillos de máxima seguridad que su padre había instalado por si las moscas.

• Pero si son mis dos chicos preferidos, ¡qué alegría!

Andrés se giró y vio a RITA, una mujer elegante y apuesta pese a su avanzada edad y su deteriorado estado físico, agachada con los brazos abiertos mirando hacia ellos con una amplia y afable sonrisa. Roi corrió hacia ella y ambos se fundieron en un cariñoso abrazo. Andrés caminó hacia ellos, se agachó y besó a Rita en la cabeza.

• Qué tal estás, madre.

Rita miró a Andrés con cierta seriedad no disimulada. Al momento volvió a mirar a Roi, que la observaba con cierta confusión, y volvió a sonreír ampliamente para no asustarlo.

• Tengo guardado en la nevera un bote de ese yogur que tanto te gusta.

La cara del pequeño Roi se iluminó esperando a que le diesen permiso. Rita le dio un golpe leve en el culo a la vez que le guiñaba un ojo y le decía.

• Anda corre, que si no te lo roba Andrés.

El pequeño Roi corrió hacia la cocina sin contener su alegría hasta que la voz de Andrés le interrumpió.

• ¿Qué se dice, soldado?

Roi paró en seco a medio camino, se giró y contestó disciplinadamente:

• Muchas gracias, tía Rita.

Buscó con la mirada la aceptación de Andrés, que le asintió con una leve sonrisa.

• Si me prometes que me dejas un poquito, te dejo jugar a la consola.

Roi le respondió de nuevo con el saludo militar y corrió de nuevo hacia la cocina. Madre e hijo observaron su inocencia infantil con cierta envidia, hasta que Andrés rompió el silencio:

• ¿Qué ha pasado, madre? ¿Dónde está?

De repente, la habitual expresión risueña de Rita se disipó a causa de la enorme preocupación que la consumía por dentro. Ver así a su madre hizo que Andrés se diese cuenta de que ambos compartían un nudo en el estómago y que la extraña llamada de socorro de su padre había sido motivada por algo más gordo de lo que él pensaba.

Continuará...

Capítulo 8 - Andrés Tártaro - José Luis Modroño.
Capítulo 9- El Inspector - David Taboada
Capítulo 11 - Consecuencias - María Taboada

Capítulo 12 - El Ojo Blanco - José Luis Modroño.
Capítulo 13 - El portugués - David Taboada
Microchip Tártaro 2.0 (Blade Runner Cover).

2 Comments

  1. Ahhhhh pero no nos deje así con la intriga!!! que ha pasado con su padre? le han cazado? está vivo? ay ay ay

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    1. En el siguiente capítulo sobre Andrés Tártaro se despejarán tus dudas, pero se crearán muchas otras muajaja ;)

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