Aquellos tiempos del futuro
Capítulo 9
El Inspector
Se movían, los labios, hacia arriba y hacia abajo. También se extendían, flexibles, hacia los lados, modificando las comisuras de un rostro oculto bajo la sombra, la sombra de las palabras que brotaban de una musa de Botticellli. Era joven, triste, y triste y joven. También yo lo fui, triste. Ahora solo trato de poner orden, por encima de todo lo demás. Terminó de besar el aire y depositó el microchip sobre la palma de mi mano. No dijimos nada, se dio la vuelta y se marchó. Le hubiera disparado, no me importaba. ¿Qué la trajo aquí, a confiar en mí?. En Varela. No tuve tiempo, se giró. Yo no disparo por la espalda.
Estábamos jodidos. El microchip contenía información que ponía en evidencia las actividades ilegales de varias importantes entidades de la ciudad; vulneración de los derechos humanos, control de voluntades, evasión de capitales. Le presenté algunas muestras al teniente Santos y éste se echó las manos a la cabeza, me miraba a mí y a la documentación. A mí me miraba fijamente, con respecto a la documentación, no sabía a dónde enfocar. Mi equipo registraba bares en los suburbios, interrogaba a chulos y drogadictos, concedíamos la provisional a asesinos y violadores a cambio de información que nos vendiese a algún rebelde poco cuidadoso. Le pedí un segundo equipo, investigaríamos y corroboraríamos la información y las implicaciones halladas en el microchip y las relaciones con los rebeldes. ¿Quién había sido realmente Sindo Luvarco? ¿Cuáles eran las verdaderas intenciones de la banda?. Los asesinatos de hombres de finanzas, de investigadores y de empresarios, la destrucción de plantas de energía, de centros de comunicación y de transportes de mercancías. Había mucho que hacer. Le dije que llamase a la DEF y a los de Berlín, necesitábamos hombres, equipos de vigilancia cibernética y jueces comprometidos.
Todo me lo prometió. Se pondría con la labor inmediatamente, avisaría al capitán mientras yo me reuniría con mi informante, Joao Andrade. Avisé al equipo, les dije que tendríamos una reunión en una hora en las oficinas, que todo había cambiado, que no resolveríamos un caso, sino varios, que teníamos trabajo y una gran responsabilidad.
Y ahora, Joao y Santos se sitúan frente a mí, en el túnel de la calle Formosa, desierta a estas horas de la noche. Arma en mano. Me dicen que he tenido mala suerte, que no ha sido culpa mía, que simplemente fui el desafortunado que recibió la información. Pienso en las infinitas formas en las que puedo morir, en los gatillos, en el número de balas. Pienso que cuando uno piensa sobre cosas que pueden ocurrir, nunca ocurre ninguna, así que imagino todas las formas posibles de mi muerte, con la esperanza de la vida. Les miro, no a ellos, a todos. No son asesinos, son víctimas del juego, marionetas matándose a sí mismo, y a mí.
Gira el tambor de la vieja pistola de Joao. Mana sangre de mi pecho pero mi pierna no cree que la bala sea de verdad. Se flexiona pero no deja caer el cuerpo. Me sorprendo, no duele a penas, pero me cuesta respirar. Sonrío y pienso que no pueden matarme, que sueño que me quieren matar.
"Te vamos a matar Jaime"
El tambor gira, la pierna cede. Duele.

Capítulo 1 - El Inspector - David Taboada
Capítulo 2 - El Peregrino de Santiago - Emilio Armada
Capítulo 3 - Asha - María Taboada
Capítulo 4 - El Enmascarado - Jóse Luis Modroño.
Capítulo 5 - El Inspector - David Taboada
Capítulo 6 - Áine - Emilio Armada
Capítulo 7 - La tarjeta del peregrino - María Taboada
Capítulo 8 - Andrés Tártaro - José Luis Modroño.
Capítulo 9- El Inspector - David Taboada
Capítulo 11 - Consecuencias - María Taboada
Capítulo 12 - El Ojo Blanco - José Luis Modroño.
Capítulo 13 - El portugués - David Taboada
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