Aquellos tiempos del futuro.
Capítulos 16.
"Anochece un nuevo día".
Segundos, minutos,
horas, días, semanas, años… El tiempo resulta muy relativo cuando puedes
alterarlo.
Lo bueno que tiene el
Slow Motion, o cámara lenta, es que puedes ver las cosas desde una perspectiva
poco habitual. Aquellas cosas que el ojo humano no es capaz de captar a simple
vista, como
el suave desprendimiento de una gota de agua al caer de una hoja de un árbol
para ir descendiendo poco a poco hasta estallar contra el suelo en mil gotas de
agua más pequeñas que se expanden en forma de charco.
Sin embargo, cuando la gota de agua
eres tú cayendo al vacío desde
un vigésimo segundo piso con el cuerpo poseído de tu madre intentando estrangularte,
la belleza brilla por su ausencia. Lo que para una gota de agua resulta ser un
final mágico y cautivador, para un cuerpo humano es, cuanto menos, desgarrador
y macabro.
De los dos ojos de
Andrés sólo uno era normal. El otro, regalo y legado de su padre, le permitía
concebir el entorno a cámara lenta así como muchas otras cosas que todavía
desconocía. Hacía apenas dos minutos que tenía el ojo blanco y ya era capaz de
dominar la función de cámara lenta. A la vieja usanza. Sin manual de
instrucciones ni nada. Pero todo ello no le había servido más que para asistir
impotente, y con todo lujo de detalles, a los sucesos del que se convertiría en
el peor día de su vida. El punto de inflexión que le depararía un nuevo
objetivo vital. Una nueva ruta a seguir.
Andrés le daba vueltas
a su cabeza mientras observaba los infinitos trozos de cristal en los que se
había fragmentado la ventana del taller de su padre cuando su madre le había
obligado a desplomarse sobre ella. El vértigo de la caída al vacío y el infierno
que acababa de vivir en su casa contrastaban de forma espeluznante con la
belleza de mil trozos de cristal brillando con los reflejos de la luz de la
luna.
La hostia iba a ser tan
inminente como atroz. Andrés era consciente de ello por mucho que pudiese
ralentizar el tiempo. Se percató de que podía observarlo todo pero la velocidad
de sus movimientos continuaba anclada al normal discurrir del tiempo. Aun así
contaba con la ventaja de poder anticiparse a
los acontecimientos. De esta manera consiguió posicionarse encima de su madre
que, pese a haber recibido varios disparos en la espalda antes de cargar contra
él, todavía luchaba con ferocidad por estrangularle.
Al ver la expresión
salvaje que dominaba el afable rostro de Rita, una lágrima se escapó de su ojo
bueno y fue cayendo lentamente, pero a mayor velocidad que ellos, hasta
explotar contra el rostro de su madre. Era una locura, pero Andrés sintió que
lo poco que quedaba de Rita despertaba momentáneamente en el interior de ese
cuerpo maldito al entrar en contacto con su lágrima. Probablemente, del mismo
modo que él, Rita se había percatado de que el destino que les esperaba poco
distaba con el de las gotas que jugueteaban con la gravedad.
El edificio de Andrés
conectaba con otro cuyo tejado acristalado tenía una angulación de unos 45
grados. Apenas unos segundos antes de impactar contra él, Andrés pudo intuir
una leve sonrisa en los labios de su madre, cuyo rostro había recuperado por
última vez esa dulzura que lo caracterizaba. Ella dejó de apretar su cuello
para agarrarle la cabeza y abrazarla contra su pecho, y entonces ocurrió.
La vida de Rita se
apagó en el mismo instante que su cuerpo impactaba contra el tejado inclinado
del edificio contiguo, haciendo una vez más de salvavidas para su hijo. Con el
golpe, la cámara lenta de Andrés se desactivó. Los gruesos cristales reforzados
del tejado se resquebrajaron pero aguantaron el impacto, permitiendo que ambos
cuerpos comenzasen a deslizarse por la pendiente como si de un tobogán se tratase.
Pese a que el cuerpo sin vida de su madre iba dejando un aterrador rastro de
sangre conforme resbalaba, Andrés trató de agarrarle la mano durante los cinco segundos que tardaron en desplazarse hasta llegar al borde del edificio. Casi lo había conseguido pero, para cuando sus dedos consiguieron rozarse, ambos cayeron de nuevo al vacío
y tras un descenso de unos cinco metros el suelo puso el punto y final a su caída.
Del mismo modo que la gota de agua
estalla contra el suelo para crear nuevas gotas más pequeñas, Rita yacía muerta sobre un charco de sangre a pocos
metros de su hijo que, pese a haber perdido la consciencia, todavía conservaba
la vida.
Protocolos del ojo blanco. |
Como si del efecto de
un desfibrilador se tratase, Andrés recuperó la consciencia con un espasmo. Su
corazón latía tan rápido que pensó que se le iba a salir del pecho. Su ojo
blanco lo analizaba todo mientras él permanecía tumbado boca abajo, ligeramente
encorvado, sosteniéndose con sus codos y con la cabeza erguida para poder observar
el entorno. El ojo de Andrés enviaba datos que su cerebro interpretaba en forma
de cursor que se movía a lo largo de todo su rango visual remarcando aquellas
cosas que merecían ser tenidas en cuenta. El cursor no tardó en detenerse sobre
el cadáver de su madre y Andrés recordó todo lo que acababa de pasar como si de
un puñal atravesándole el estómago se tratase.
El edificio de Andrés. |
Pese al gran golpe,
pudo incorporarse con una facilidad pasmosa. Trató de sentir dolor pero se encontraba
genial, físicamente hablando. Comprendió que se trataba de algún protocolo del
ojo blanco que le había instalado su padre, aunque todavía no comprendía muy
bien el funcionamiento de este complejo y puntero dispositivo.
Comenzó a caminar hacia
el cadáver de su madre. Su mirada se concentró en ella hasta que, poco a poco,
todo lo demás fue desapareciendo. No era capaz de pensar en nada más. Ni
siquiera consiguió apartar la mirada. Tampoco lograba llorar. Simplemente, allí
yacía ella… y paso a paso Andrés se acercaba con recelo. Dejó de prestarle
atención a las alarmas de su ojo y no se percató de que, cuando se paró delante
de ella, las luces de los vehículos policiales comenzaban a rebotar en las
paredes acristaladas de todo su entorno. Se agachó y se inclinó sobre su madre
hasta conseguir incorporarla rodeándola con sus brazos. Luego
se inclinó tirando de ella hasta que ambos quedaron el uno en frente del otro abrazándose. La sangre de Rita impregnaba la ropa de Andrés que de forma
súbita y con una gran rabia contenida estalló a gritar al tiempo que sus ojos
conseguían hacer manar por fin aquellas lagrimas que, hacía no mucho, la habían
conseguido devolver a la vida; salvo que esta vez no iba a ser así…
Andrés estaba en otra
parte. Tras el llanto de rabia vinieron la incredulidad y el sosiego en forma
de cámara lenta. No podía pensar con claridad y tampoco conseguía soltar a su
madre. Poco a poco las luces de policía eran más fuertes y vivas. Tanto que
consiguieron cegar los tristes ojos de Andrés. Las luces procedían de un
vehículo policial volador que se acercó y aterrizó a un par de metros de
ellos. De él salió un agente bastante bajito que se acercó corriendo a Andrés. Pese a la luz cegadora, el ojo blanco de Andrés consiguió enfocar el brazo del agente, que se extendió hacia él hasta que consiguió tocar su hombro. Pese al eco
con el que las palabras resonaban en su cabeza a causa de la cámara lenta y el
aturdimiento, a Andrés le pareció escuchar como la persona que acababa de salir
del coche policial decía su nombre.
Para cuando se dio
cuenta el agente lo rodeaba con sus brazos para separarlo del cadáver de Rita.
El tiempo corría. Las lágrimas de Andrés no surtieron efecto por segunda vez.
Sabía que era lógico que así fuese, pero la poca inocencia que quedaba dentro
de él se aferraba a la idea de que podría volver a funcionar. Andrés sintió
como gran parte de su alma se esfumaba cuando el agente le separaba de ella y
sus cuerpos se distanciaban mientras sus dedos se rozaban por última vez.
El agente metió a
Andrés en la parte trasera del vehículo policial. Se subió al asiento del
conductor, arrancó y salió a toda velocidad del lugar. Al dar la primera
esquina se topó con un grupo de nueve vehículos policiales idénticos al suyo,
lo que aprovechó para inmiscuirse entre ellos. Continuó así durante
aproximadamente un minuto mientras procuraba irse rezagando sinuosamente para acabar en la cola del grupo. La mayoría de pilotos le miraban extrañados,
conforme le adelantaban, al ver que aminoraba la marcha, por lo que optó por
hacerles una seña indicando que le sobrepasasen alegando daños en su vehículo. Era el
viejo truco de dar las gracias antes de hacer algo para que nadie te diga que no lo hagas. Funcionó.
El agente sabía que la mayoría de sus compañeros de oficio eran bastante
cortitos de miras, en especial los destinados a conducir los vehículos
policiales. Sota, caballo, rey. Una vez se posicionó en la retaguardia y a
salvo de levantar sospechas, aprovechó un hueco entre dos rascacielos para
perderse del grupo en otra dirección.
Andrés apareció en la
cabina de la nave sin decir nada y se sentó en el asiento del copiloto.
- ¿Qué haces aquí? Vuelve atrás antes de que te vean o estamos jodidos.
Andrés no parecía
asustado. De hecho no parecía inmutarse. Ni siquiera le miró a los ojos.
Mantenía la mirada clavada en el horizonte que se dibujaba al fondo del gran
pasillo de rascacielos por el que volaban.
- ¿A dónde me llevas, MILO?
El agente se quedó
estupefacto al ver que Andrés sabía quién era él. Los uniformes de policía eran
todos iguales. Una ley de hace diez años había dado luz verde a que no fuese
obligatorio llevar el número de agente en el traje, por lo que la mayoría
habían optado por no ponerlo. En los tiempos que corrían un policía tenía que
hacer cosas que rozaban salvajemente la legalidad y la moralidad, por lo que
resultaba mucho más fácil trabajar desde el anonimato. Lo de la carga moral ya
era cosa de cada uno. Al fin y al cabo eran meros ejecutores de las acciones de
las corporaciones y quienes se metían en ese trabajo sabían lo que había. Pero
en el caso de MILO era diferente. Él estaba en el cuerpo de policía por otros
motivos.
Milo. |
Pero el caso es que no
se había quitado la máscara reglamentaria en ningún momento desde que se topó
con Andrés. Su rostro había permanecido oculto todo el tiempo y aun así le
había reconocido.
- ¿Cómo sabes que soy...
Milo fue incapaz de
terminar la frase en cuanto Andrés se giró hacia él y pudo reparar por primera
vez en su ojo derecho. Completamente blanco y brillante. Hermoso y aterrador a
partes iguales. Milo volvió a mirar hacia la carretera de rascacielos por la
que volaban y se quitó la máscara.
- Si tú no te vas a sentar atrás, no tiene sentido que yo lleve la máscara. Si nos joden, nos joden a los dos.
Milo se inclinó y
alargó su brazo por delante de Andrés hasta pulsar un botón. El visor holográfico
del salpicadero se activó mostrando un mapa. Había unas coordenadas marcando el
punto al que se dirigían. Andrés las conocía muy bien. Pulsó de nuevo el botón
para apagar el holograma y se dirigió a Milo sin mirarle.
- Date prisa.
Milo miró a Andrés
preocupado por su sequedad. Él también conocía de sobra a Rita. Había estado
mil veces en su casa cuando Andrés y él iban juntos a la escuela y sabía que
era una mujer encantadora. Verla muerta y en esas circunstancias también había
sido un duro golpe para él y, aunque comprendía que no era equiparable al dolor
que debía de sentir Andrés, había algo en su forma de actuar que le
desconcertaba. Esa frialdad no era propia de su amigo y era casi tan aterradora
como su nuevo ojo. Pese a ello comprendió que lo mejor era darle espacio y
tiempo.
- A tu derecha hay una bolsa. Ábrela.
Andrés cogió la bolsa y
la colocó sobre su regazo. La abrió y sacó de ella su chaqueta de cuero, sus
pantalones vaqueros, su máscara y, por último, su ordenador de muñeca; que no
paraba de parpadear intermitentemente.
- Tuve tiempo de pasarme antes por la azotea a cogerlas en cuanto supe que...
Milo se dio cuenta de
su error al momento. Los puños de Andrés estaban tan apretados que las venas de
sus antebrazos comenzaban a hincharse. Explotó dando un puñetazo contra el
salpicadero del coche. El puñetazo fue tan fuerte que el salpicadero se hundió
hacia dentro y el coche dio un trompicón. Por suerte Milo, aunque asustado ante
la anodina fuerza de Andrés, consiguió enderezar la trayectoria del vehículo tomando
de nuevo el control.
- ¿Qué cojones ha sido eso, Andrés?
Andrés también se
asustó de la fuerza con la que había dado el golpe. Sabía que, aunque poseía
una gran fuerza gracias a su entrenamiento diario, lo que acababa de hacer se
salía de los límites alcanzables por un humano. Dedujo que era cosa del ojo
blanco, pero le costaba comprender cómo una prótesis ocular conseguía hacer eso.
Observó su mano. Sus nudillos estaban sangrando abundantemente. Había hundido
el salpicadero pero no sin provocarse grandes daños en la mano. Al momento un
nuevo protocolo se inició automáticamente en la interface de su ojo blanco:
Protocolos del ojo blanco |
Andrés observó cómo sus
heridas comenzaron a curarse con mucha más rapidez de lo normal. Sin duda el prototipo
de su padre se salía de sus esquemas pese a su avanzado conocimiento sobre
tecnología.
Miró a Milo con el
arrepentimiento en el rostro. Milo vio por fin un atisbo del Andrés que él
conocía, el gamberro pero noble Andrés con el que había crecido. Andrés no pudo
evitar apartar la mirada avergonzado sin saber qué decir. Milo volvió a mirar
al frente.
- No te engañes. Tienes muchas cosas que explicarme, pero ahora tenemos que estar centrados para salir de aquí, ¿ok?
Andrés contestó sin
mirarle, pero con mucha menos sequedad.
- Ok, Milo.
Milo asintió dando
gracias por saber que Andrés no iba a destrozar el vehículo a puñetazos. Para
él se trataba de un contrato verbal vinculante. Continuó conduciendo sin decir
nada. Andrés esbozó una sonrisa al ver que podía contar con su carismático e
inteligente amigo.
- Milo.
- Qué.
- ...Gracias.
Milo, sin apartar la
mirada de la carretera, negó con la cabeza mientras hacía un chasquido con la
lengua. Luego apretó los labios y, acto seguido, dijo:
- Todo va a salir bien, tío...
Andrés aprovechó el
viaje para colocarse su ordenador de muñeca y revisar las notificaciones
emergentes. Había una alerta de mensaje que parpadeaba constantemente. El emisor
del mensaje era alguien poco común pero, a decir verdad, Andrés ya había
asumido que ninguno de los sucesos de ese día iba a rozar siquiera la
normalidad. Se trataba de un mensaje que llegaba, vía una red bajo la red que
hay por debajo de la red, de parte de Áine, una mujer con la que había
coincidido en más de una de sus escapadas al extramuro y por la cual sentía
tanto respeto como miedo. Su relación con ella siempre había sido cordial, pero
Andrés tenía un talento innato para distinguir la oscuridad que se escondía en
el alma de las personas y el interior de Áine le ponía los pelos de punta. Sin
embargo era una luchadora a la que respetaba, aunque él fuese por libre y no
acabase de confiar en el Clan de los
Peregrinos, del cual ella era aprendiz. Si le había llegado un mensaje
de Áine, y visto los recientes acontecimientos, significaba que se trataba de
algo importante. Sin dudarlo accedió al mensaje:
“Hola enmascarado, soy yo, Áine.
Ya no estoy con los Peregrinos. Sé que compartimos ciertas cosas, sobre todo
contra el sistema y las corporaciones. Si me necesitas para cualquier cosa,
llámame, allí estaré. A cambio te pido tan sólo una cosa. Hay una persona… una
persona cruel que trabaja con las corporaciones, que anda metida en un lío con
éstas para utilizar los implantes como control de personas. Se llama Ezequiel
Vilalobos. Lo que te pido es que, si alguna vez lo encuentras, me avises. Yo y
sólo yo puedo acabar con su vida, eso que quede claro, es mi condición. Él era
mi antiguo maestro. Si accedes a eso, y a ayudarme a encontrarlo y tirar abajo
alguna que otra corporación, llámame sin dudar e iré a ayudarte en lo que
quieras".
Andrés procesó con calma la información. Suspiró y
cerró los ojos, comenzó a escribir la respuesta con la mente, usando la interface
del ojo blanco. Al verle, Milo se extrañó. Esperó un minuto y al ver que Andrés
no reaccionaba le dijo:
- ¿Qué pasa?
Andrés abrió los ojos y lo miró con cara de
circunstancias.
- Mas vale que nos demos prisa, hermano.
Milo observó a su amigo. Vio la preocupación en su mirada pero
no dijo nada. Según llegaban al final del pasillo entre rascacielos, pulsó un
botón que activó el turbo del vehículo y se alejaron de la urbe a toda
velocidad. En el ordenador de pulsera de Andrés se podía leer:
“Mensaje
enviado:
Entiendo
y respeto las ganas que tienes de saludar a tu maestro. No voy a ser yo quien
se interponga entre vosotros siempre y cuando le des el saludo que se merece.
Según tengo entendido tiene un amigo en la corporación para la que trabajaba Guillermo
Tártaro al que me encantaría estrecharle la mano. Esa es mi condición.
Pero
me temo que lo que me propones va más allá de ellos y de nosotros mismos. Esto
nunca ha tratado de cazar un nombre físico, sino fiscal. Todos ellos caerán,
vencidos por nuestras manos o por las de cualquier otro afín a nuestra causa,
por eso necesito que entiendas que, del mismo modo que ellos han hecho con la
mayoría de nosotros, “para que aprecien todo vamos a tener que dejarles sin
nada”.
Si
lo entiendes y lo aceptas, reúnete conmigo en las coordenadas que te adjunto.
Nos
separan pasados y realidades diferentes, pero nos une un deseo común. Sería
estúpido negar que me necesitas tanto como yo a ti.
El
Enmascarado”.
Anochece un nuevo día. |
Continuará...
Capítulo 1 - El Inspector - David Taboada.
Capítulo 2 - El Peregrino de Santiago - Emilio Armada.
Capítulo 3 - Asha - María Taboada.
Capítulo 4 - El Enmascarado - Jóse Luis Modroño.
Capítulo 5 - El Inspector - David Taboada.
Capítulo 6 - Áine - Emilio Armada.
Capítulo 7 - La tarjeta del peregrino - María Taboada.
Capítulo 8 - Andrés Tártaro - José Luis Modroño.
Capítulo 9- El Inspector - David Taboada.
Capítulo 11 - Consecuencias - María Taboada.
Capítulo 12 - El Ojo Blanco - José Luis Modroño.
Capítulo 13 - El portugués - David Taboada.
Capítulo 15 - Lluvia - María Taboada.
Capítulo 16 - Anochece un nuevo día - José Luis Modroño.
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