AQUELLOS TIEMPOS DEL FUTURO - CAPÍTULO 12 - EL OJO BLANCO

Aquellos tiempos del futuro

Capítulo 12.

El ojo blanco.

El pequeño Roi se marchó a la cocina a comer yogur y Rita, al quedarse sola con Andrés, dejó de fingir. Su habitual expresión risueña se disipó a causa de la enorme preocupación que la consumía por dentro. Ver así a su madre hizo que Andrés se diese cuenta de que la extraña llamada de socorro de su padre había sido motivada por algo más gordo de lo que él pensaba. Mientras le daba vueltas a la cabeza, Andrés ayudó a su madre a sentarse en el sofá.
  • ¿Dónde está? ¿Qué ha pasado, madre? 
  • Ni lo sé, ni quiero saberlo. Lleva encerrado en el taller desde ayer y hoy no ha ido al trabajo.
  • Eso no es nada nuevo…
Andrés comenzó a remangar la falda de su madre, dejando ver una sofisticada pierna robótica; mucho más compleja que las del joven Roi. Un prototipo al que pocas personas, entre las que se encontraba su padre, podían tener acceso. Comenzó a revisarla con sumo cuidado mientras ella se dejaba hacer.
  • Lo que sí me importa es qué has hecho tú. ¿Dónde te metes hijo? Ahí fuera no hay más que problemas.
Andrés no pudo evitar contestar por lo bajini:
  • Conozco mucha gente que te diría que los problemas vienen de dentro…
  • ¿Qué has dicho?
Con delicadeza pero cierto brío, Andrés volvió a bajar la falda de su madre.
  • Nada, madre.
Rita lo miró con cierta severidad.
  • Eso me pareció.
Andrés trató de cambiar de tema.
  • ¿Ya te has bajado la nueva actualización?
  • Sí, hace dos horas. Y Roi también. Entré hace un rato en su perfil y vi que ya lo había hecho él solito.
  • ¿Y qué tal?
  • Sigo teniendo una pierna robótica, ¿tú que crees? Y no me digas que conoces a mucha gente que daría lo que fuese por tenerla porque te arreo.
Ambos se miraron aguantando la risa con cierta complicidad. Rita puso la palma de su mano sobre la mejilla de Andrés, al lado de su ojo negro. Se lo observó con cierta tristeza.
  • Y tú, ¿te la has bajado ya? No quiero que andes desprotegido ante los virus.
  • Por eso prefiero que me actualice papá directamente.
  • Eres un chico listo. Y guapo, ¡qué caray!
Andrés sonrió secundado por su madre, que comprendía mucho mejor de lo que él pensaba sus inquietudes y deseos juveniles.
  • No desperdicies tu vida, hijo. Adáptate a las circunstancias. Siempre. Sólo se pueden cambiar las cosas si se hace desde dentro.
  • Te conozco como si me hubieras parido pero, si no, pensaría que eres de la banda de los peregrinos esos.
  • Bueno carallo, bueno.
  • Ves, hasta hablas en idiomas prohibidos. La yaya peregrino-ninja de la pierna biónica y el bastón con conexión 5G, ¿te imaginas?
Rita le dio una bofetada cariñosa a Andrés, pese a que disfrutaba de sus excentricidades. Al momento ambos fueron sorprendidos por un grito proveniente del taller de Guillermo, el padre de Andrés. Rita y Andrés se miraron sobresaltados.
  • Será mejor que vayas a ver qué le pasa a tu padre, porque si voy yo lo saco de ahí por las orejas a lo peregrino-ninja senil.
Andrés acarició el hombro de su madre al tiempo que se incorporaba de nuevo y le decía:
  • Tómatelo con calma, anda.
Caminó con rumbo a la puerta de seguridad con contraseña y reconocimiento ocular que daba acceso al taller de Guillermo pero, al pasar por delante de la cocina, se detuvo un momento para decirle a Roi:
  • Cuídame a la tía Rita, socio.
Roi se giró hacia él con la cara completamente llena de yogurt y le hizo de nuevo el saludo militar con una expresión de seriedad que poco pegaba con la indecencia de su cara.
  • Sí, señor.
  • Y límpiate la boca, anda. Que pareces un cerdo hasta las cejas de piara.
  • ¿Qué es piara?
Andrés contestó con cierta picardía:
  • Un paté.
  • ¿Y qué es un paté?
  • Cuando seas mayor te lo cuento.
Aguantándose la risa, Andrés caminó hacia la entrada del taller. Se trataba de una gran puerta de metal blindado que contaba con diversos sistemas de seguridad. Sin duda Guillermo era tan excéntrico como cualquier otro genio pero, sobre todo, era precavido y ordenado. Andrés pasó su tarjeta por una rendija mientras miraba a la cámara y decía con cierto cansancio y tono monocorde:
  • Papaaaa, soy yo. Voy a entrar.
Puso su ojo normal delante del escáner y la puerta finalmente se abrió. Al momento unos brazos aparecieron por la rendija y agarraron a Andrés tirando con fuerza de él hacia el interior.
  • ¿Pero qué…?
Guillermo empujó a Andrés contra la pared del taller, haciendo que un cuadro se cayese al suelo. No le dio importancia. Miraba a su hijo con los ojos fuera de sus órbitas y el dedo cruzando sus labios en señal de que bajase la voz.
  • No hay tiempo ni para peros ni para qués.
Guillermo era calvo en la coronilla y la frente pero tenía pelo recubriendo los costados de su cabeza, por encima de las orejas, y también en su nuca. Sus intensos y expresivos ojos azules daban paso a una espesa y larga barba en forma de árbol de navidad invertido que llegaba hasta su pecho. Su indumentaria, similar a la de Andrés, quedaba camuflada por una bata blanca de científico completamente manchada por la sangre que brotaba de su cuello. Estaba totalmente espídico, nervioso, como si hubiese consumido cocaína o algún tipo de substancia estimulante; pero no era el caso. Soltó a Andrés y se dirigió hacia una de las mesas del taller.
  • Estás sangrando de la hostia. ¿Qué coño has hecho? ¿Qué está pasando?
Guillermo despejó la mesa con su brazo, tirando todo lo que había sobre ella al suelo.
  • Has tardado demasiado. Demasiado tiempo y se complica.
  • ¿Se complica el qué?
Guillermo corrió hacia una estantería y cogió un gran maletín negro.
  • Se complica todo, Andrés. Absolutamente todo.
Andrés se limitó a observar a su excéntrico padre, mientras analizaba el lugar. Guillermo siempre había sido una persona poco convencional pero esta vez pasaba algo raro. En contraposición con la naturaleza ordenada de Guillermo, el taller estaba hecho una mierda. Además del cuadro que se había roto al entrar, había cosas tiradas por todo el suelo. El taller era un auténtico caos y además estaba la sangre. Andrés todavía no comprendía el tema de la sangre. Mientras su padre abría el maletín sobre la mesa y sacaba algunas herramientas sofisticadas, se acercó a él por la espalda para observar su herida, una espantosa brecha en su nuca de la que todavía brotaba algo de sangre. Sin girarse, Guillermo se antepuso a él:
  • Sí, me he quitado el chip. No, no me va a pasar nada. Sí, me lo curaré en cuanto curarme se convierta en prioridad y no, ahora mismo no lo es.
Con su padre todavía de espaldas a él, Andrés cogió un bote de alcohol etílico del suelo y se dispuso a verterlo sobre la herida, pero Guillermo se giró al instante y le agarró el brazo. Ambos se miraron fijamente.
  • Escúchame hijo. Me la han jugado. Nos la han jugado a todos, tal y como esperabas. Sí, sí. Que listo eres, ya te lo dije y blablablá. Me puede el investigar y romper los límites de los límites pero tú, pese a todo, eres mucho mejor que yo.
  • Qué coño dices, papá…
  • Cállate. Lo van a hacer y ni siquiera les importa una mierda lo que yo pueda pensar al respecto. Escoria elitista…
Guillermo comenzó a dirigir a Andrés, que se dejaba llevar a causa del shock en el que su padre le había hecho entrar, hasta irlo tumbando sobre la mesa.
  • Actualizaciones, mejoras. Puta mierda. El diablo tiene mil caras pero siempre se presenta con las más agradables para embaucar a los necios. Y ahora ya es tarde. Jodidamente tarde.
Guillermo comenzó a atar a Andrés de pies y manos, tumbado boca arriba sobre la mesa.
  • Papá, no entiendo una mierda de lo que dices. ¿Qué estamos haciendo?
Guillermo se inclinó sobre Andrés y lo miró a los ojos, a escasos centímetros de su cara.
  • Los van a matar a todos. En vida. Usando mi creación…
  • ¿Qué?
Guillermo sostuvo una jeringuilla. La apretó hasta que la punta disparó un poco de líquido.
  • Confía en mí, Andrés. Sé lo que me hago.
Al instante, le clavó la jeringuilla a Andrés en el antebrazo mientras observaba nerviosamente el reloj de la pared. Andrés comenzó a sentirse profundamente anestesiado, sin llegar a perder el conocimiento. Le costaba articular las palabras.
  • Peeeeroooo yy looo queee meee haces a miii, ¿lo saaaabes?
  • Shhhhhh.
Guillermo mandó callar a Andrés mientras juntaba un par de piezas que había sacado del maletín.
  • Dimeee, ¿lo sabeees?
  • Calla. El Tártaro 2.0 será la mayor declaración de guerra que las corporaciones jamás hayan llevado a cabo y tú…
Guillermo le quitó el ojo negro a Andrés, que apenas sintió dolor, lo tiró en una cubeta y sostuvo en su mano uno mucho más sofisticado, de color gris.
  • …tú vas a joder a esos hijos de puta por mí, como nunca antes nadie lo ha hecho.
Guillermo introdujo el ojo en la cavidad ocular vacía de Andrés al tiempo que el reloj daba las 1:00am y, de repente, pum. El ojo de Andrés se volvió de color blanco al tiempo que este rompía con facilidad su ataduras y se erguía hasta quedarse sentado sobre la mesa. Su cuerpo convulsionaba conforme la actualización con el virus de la corporación se descargaba en su nueva prótesis. Guillermo, pese a la extremada e inusual fuerza con la que Andrés convulsionaba, logró sostenerlo unos segundos hasta que, por arte de magia, se estabilizó. Andrés agarró a su padre por las solapas de su camisa y lo miró con el ceño fruncido y cierta expresión de terror.
Ojo Blanco Andrés Tártaro.
Andrés Tártaro - El Ojo Blanco.
  • Qué coño está pasando, papá.
Guillermo observaba a su hijo con cierta abstracción, verificando que todo había salido bien y este estaba en su pleno uso de facultades. Al momento un monstruoso grito, proveniente del salón, se coló por la rendija de la gran puerta de metal del taller, la cual se habían dejado abierta. Tras el grito se oyeron un par de disparos.
  • Ya están aquí...
Andrés, aterrorizado por los sonidos, soltó a Guillermo, que comenzó a caminar cautelosamente hacia la puerta, con intención de cerrarla. Andrés le preguntó susurrando:
  • ¿La policía?
  • Peor.
  • ¿Qué puede ser peor que la policía?
Guillermo se giró hacia Andrés, pidiéndole de nuevo silencio con un dedo cruzado sobre sus labios. Andrés asintió con la cabeza al tiempo que bajaba de la mesa sin quitarle el ojo de encima a su padre. El absoluto silencio era, dada la situación, aterrador e inquietante. Andrés notaba el paso de la sangre a través de las venas de su cuello. Guillermo acercó poco a poco su mano hacia el pomo y, justo cuando iba a tocarlo, la puerta se abrió de golpe hacia dentro dándole un empujón que lo tiró al suelo. Por el hueco de la puerta se desplomó el cuerpo muerto de un agente. Un golpe en la cabeza, probablemente contra la puerta, lo había dejado incapacitado. Al momento, Roi se coló por el hueco de la puerta, pero no parecía el de siempre. Se mostraba totalmente inexpresivo. Su rostro y su mirada carecían de cualquier tipo de sentimiento, como si su cuerpo fuese controlado por otra persona.
  • ¿Roi?¿Estás bien?
Andrés dio un paso hacia su joven vecino, que comenzó a correr hacia él en línea recta. Andrés se quedó paralizado y sorprendido, ya que su nuevo ojo le mostraba la situación en cámara lenta, como si su cerebro funcionase a tanta velocidad que podía anticiparse a los movimientos de los demás. Pese a ello fue mero espectador de como su padre se lanzaba contra Roi y lo interceptaba a mitad de camino. El susto hizo que la velocidad volviese a la normalidad para Andrés. Roi lanzó a Guillermo por los aires, con la fuerza de sus piernas robóticas, haciendo que este se estampase contra el techo y después contra el suelo. Roi volvió a cargar contra Andrés el cual esta vez aprovechó la cámara lenta para zafarse de él, agarrarlo de un brazo y lanzarlo dentro del baño del taller. Acto seguido cerró la puerta e introdujo un código para cerrarla. Roi atravesó la puerta con una de sus patadas. No tardaría en tirarla abajo.

Andrés se giró hacia su padre, que se levantaba con esfuerzo del suelo, sin darse cuenta de que la puerta abierta del taller quedaba a su derecha.
  • Corre hijo, ¡escapa!
Al momento, Rita apareció por su derecha corriendo a gran velocidad y cargó contra Andrés que, aunque no pudo evitar ser alcanzado por ella, si tuvo tiempo a ver con la cámara lenta como uno de los agentes de policía abría fuego contra ellos. Las balas se alojaron en la espalda de Rita que, pese a actuar del mismo modo que Roi, ejerció como chaleco antibalas para Andrés mientras ambos se desplomaban contra la ventana provocando que esta se rompiese y los dejase caer al vacío.

Continuará...

Capítulo 8 - Andrés Tártaro - José Luis Modroño.
Capítulo 9- El Inspector - David Taboada
Capítulo 11 - Consecuencias - María Taboada

Capítulo 12 - El Ojo Blanco - José Luis Modroño.
Capítulo 13 - El portugués - David Taboada
Ojo Blanco Andrés Tártaro
Andrés Tártaro - El Ojo Blanco.


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