Aquellos tiempos del futuro - Capítulo 6 - Áine

Aquellos tiempos del futuro

Capítulo 6

Áine

Los túneles estaban fríos y húmedos. Habían pasado tan sólo un par de horas desde que habían incinerado con todos los honores al Peregrino caído, pero para Áine bien podrían haber pasado días. La rabia y la frustración le quemaban el pecho mientras daba vueltas de un lado a otro. Sabía que la muerte les llegaba pronto a la mayoría, que todos lo habían aceptado al unirse, pero eso no hacía que la muerte de Xoán fuera más fácil para ella. A fin de cuentas era el último de los cuatro que se habían unido y entrenado a la vez que ella. La última de su promoción, ¿quién lo diría? Tantas dudas que tenía todo el mundo de que fuera capaz de nada. Siempre las dudas. Siempre cuestionándola. Mirándola por encima del hombro. Todo el mundo desde que nació, salvo los cuatro compañeros muertos y su formador. Si no fuera por él, jamás habría salido de las calles. La recogió cuándo tenía siete años y vivía a medias entre lo que ganaba pidiendo y lo que ganaba robando para una banda de fuera de las murallas, al oeste, cerca de la Zona Muerta de los vertidos tóxicos.

No sabía quiénes eran sus padres. Probablemente la banda la había comprado a alguna familia con problemas de dinero o a cambio de drogas. Pasaba mucho. Y, cada vez que preguntaba, o bien se reían de ella o bien le azotaban, por lo que dejó de preguntar. Para ella la vida empezó de nuevo en esos túneles hacía ya quince años. Allí abajo se transformó de la mocosa enfermiza y debilucha, siempre moqueando por la humedad, a la joven esbelta y fibrosa. Aprendió a manejar el bastón como un arma para defenderse, a pasar desapercibida, el arte callejero del parkour, el valor de la información y cómo conseguirla. Robar ya sabía y muy bien, pero también mejoró en ello. Adquirió multitud de valores sobre la unidad y el compañerismo, sobre la necesidad de luchar contra la opresión de las compañías.

Su lucha era una ideológica y por el bien de los oprimidos. Pero no cómo los terroristas, a quienes se oponían siempre que podían, jamás quitando una vida inocente. Los Peregrinos no se dedicaban a eso. Ellos buscaban justicia. Los rumores decían que sí que mataban, pero sólo lo hacían en defensa propia o de alguien. O para eliminar a alguien que realmente lo merecía, y era una decisión que no se tomaba a la ligera. Pero se tomaba. Pero nunca a un inocente. Siempre actuaban desde la clandestinidad. A ser posible de uno en uno, para que no hubiera sospecha del tamaño de la organización. Intentar quedar como un rumor siempre que fuera posible. Si tenían que actuar varios, sólo se vestía uno y los demás daban apoyo caracterizados entre las multitudes.

Ahora Xoán estaba muerto. Le tocaba a ella continuar su misión. Áine por fin pasaría a la verdadera acción y dejaría atrás los pequeños encargos. Pero no podía quitarse el amargor de haber perdido a su último verdadero amigo. Respiró profundamente un par de veces al oír que le llamaban por fin de la sala de operaciones. Recordó su entrenamiento, dejó que una rabia fría y serena sustituyera a la tristeza y entró.

La sala, situada en el centro del complejo de túneles a varios metros por debajo de la ciudad era austera, de paredes de fría piedra gris. Al fondo de la habitación estaba el equipo de comunicaciones, los Trasnos, susurrando órdenes y controlando todo lo que sucedía en la gran urbe y sus alrededores gracias a sus equipos informáticos. Un equipo holográfico mostraba un mapa de la ciudad desde una mesa en el centro. Y alrededor de ella cuatro sillas ocupadas por los Hijos de Breogán, los cuatro dirigentes de la Orden del Peregrino, con sus ayudantes alrededor. Nadie llevaba puesto el traje de Peregrino, pues éste sólo se utilizaba en el terreno.

-Entra Áine. Y escucha.

Pese al tono seco y grave de la voz, se sintió reconfortada al oírla. Al igual que siempre que su mentor le decía algo, ella obedecía. Así pues entró. Más duras y frías eran las miradas de los otros tres pares de ojos que la escrutaban en silencio. Aun así consiguió mantener la calma.

-Has de ir al Destemplado. Por sus últimas palabras, es dónde Xoán dejó la tarjeta de datos a buen recaudo de una de nuestras Meigas. Una vez la recuperes los Trasnos te dirán a dónde llevarla.-

Áine asintió solemnemente. El turno de hablar pasó de su mentor al del miembro más anciano de los Hijos, Xalo, a su vez el más severo con ella desde siempre.

-Irás entre la gente, sin el traje de Peregrino. Queremos mantener el perfil más bajo posible, hay muchas cosas en marcha ahora mismo en la ciudad. No podemos arriesgarnos a llamar la atención. No te atrevas a fallarnos.-

-¿Cuándo os he fa…? – empezó a protestar ella.

-¡Suficiente! Ya tienes tus órdenes – le cortó su mentor -. Ve a cumplir con tu deber.

Ésta vez asintió de manera más seca. Sabía que al cortarle, su mentor la había salvado una vez más de la ira de Xalo. Se sentía un poco tonta por haberse dejado llevar, pero era mucho lo acumulado entre los desplantes y la muerte de Xoán. Se dio la vuelta sin decir nada más y salió de la sala, de vuelta a los túneles y la humedad.


Continuará...

Capítulo 8 - Andrés Tártaro - José Luis Modroño.
Capítulo 9- El Inspector - David Taboada
Capítulo 11 - Consecuencias - María Taboada
Capítulo 12 - El Ojo Blanco - José Luis Modroño.
Capítulo 13 - El portugués - David Taboada


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